¿Pierdes el interés cuando te corresponden? Descubre por qué huyes del amor mutuo

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Es una escena digna de una comedia romántica que termina mal: conoces a alguien que parece salido de tus mejores sueños. Es inteligente, atractivo, divertido y la química es innegable. Pasas semanas o meses anhelando su atención, idealizando cada encuentro y soñando con un futuro juntos. Sin embargo, ocurre lo impensable: esa persona confiesa que siente lo mismo por ti.

En ese preciso instante, donde debería estallar la euforia, sientes un balde de agua fría. La magia se evapora. De repente, sus chistes ya no son tan graciosos, su cercanía te asfixia y tu instinto te grita que debes huir. Si alguna vez has bloqueado a alguien justo cuando las cosas empezaron a ir bien, no estás solo. Este fenómeno psicológico es más común de lo que crees y tiene raíces profundas en nuestra historia emocional.


¿Por qué ocurre este "cortocircuito" emocional?

Para entender por qué el éxito romántico detona las ganas de escapar, debemos mirar hacia nuestro pasado y nuestra psique. No es que seas una "mala persona" o que estés "roto"; a menudo, es un mecanismo de defensa mal calibrado.

Los estilos de apego: la huella de la infancia

Lo que el texto original refería erróneamente como "accesorios" son en realidad los estilos de apego. La forma en que nos vinculamos con nuestros padres o cuidadores en la infancia dicta cómo amamos de adultos. Si creciste con figuras parentales distantes, frías o, por el contrario, invasivas y sobreprotectoras, es probable que hayas desarrollado un estilo de apego evitativo.

Para estas personas, la intimidad se percibe inconscientemente como una amenaza a su autonomía. Anhelan el amor en la teoría, pero cuando se vuelve real, el sistema nervioso activa una alarma de "peligro". Sentirse amado puede interpretarse como sentirse atrapado o, en casos de baja autoestima, surge el síndrome del impostor: "Si esta persona me ama, debe ser porque no me conoce de verdad; cuando lo haga, me dejará". Para evitar ese dolor futuro, el cerebro decide cortar el vínculo antes de que empiece.

La trampa de la idealización y la adrenalina

Vivimos en una cultura que glorifica la "caza". Hay personas que son adictas a la incertidumbre. Durante la etapa de conquista, el cerebro libera dopamina ante el desafío. Es emocionante intentar gustarle a alguien. Sin embargo, cuando la reciprocidad llega, el desafío termina y la dopamina cae.

Además, las ideas poco realistas sobre el amor juegan un papel crucial. En la fase de enamoramiento platónico, proyectamos una fantasía de perfección sobre el otro. Cuando la relación se concreta, la realidad (con sus rutinas y defectos humanos) choca contra esa fantasía. La incapacidad de aceptar que el amor real incluye aburrimiento y defectos hace que sea más fácil marcharse en busca de una nueva fantasía.


Miedo a la responsabilidad y baja autoestima

El miedo al compromiso no es solo un cliché de solteros; es una ansiedad real ante la responsabilidad afectiva. Si una persona creció en un entorno donde los roles no estaban claros o donde el amor era condicional, la idea de tener que "responder" emocionalmente a una pareja le paraliza. No saben cómo construir una relación basada en la reciprocidad sana porque carecen de referentes.

A esto se suma una autoestima inestable. Paradójicamente, quien no se ama a sí mismo desconfía de quien dice amarle. El pensamiento subyacente es: "¿Por qué alguien tan genial querría estar conmigo? Seguro tiene mal gusto o algo anda mal con él/ella". Al perder el respeto por quien nos elige, perdemos el interés.


¿Es un patrón o simplemente no era la persona indicada?

Es vital distinguir entre un problema psicológico y una simple falta de química. Dejas de sentir atracción por razones válidas: valores incompatibles, comportamientos molestos o falta de atracción física. Eso es normal.

El problema reside cuando se convierte en un ciclo repetitivo. Si te ha pasado con tres, cuatro o cinco personas diferentes; si el desencadenante siempre es el momento exacto en que muestran interés y si tus sentimientos se apagan como un interruptor sin una razón lógica externa, entonces estás ante un patrón de comportamiento que merece atención.


Estrategias para romper el ciclo

Superar esta aversión a la reciprocidad requiere valentía y honestidad brutal con uno mismo.

  1. Analiza el origen: Pregúntate qué sientes justo antes de querer huir. ¿Es asco? ¿Es miedo? ¿Es aburrimiento? Rastrear esa emoción hasta su origen te ayudará a entender si estás protegiéndote de un daño imaginario.
  2. Cambia la táctica (Resiste la urgencia): Si tu instinto es bloquear y desaparecer, haz lo contrario. Quédate un poco más. Observa tus sentimientos sin actuar sobre ellos inmediatamente. A veces, la ansiedad disminuye si le damos tiempo, permitiendo que surja un vínculo real.
  3. Ayuda profesional: Si sientes que esto boicotea tu felicidad, un proceso de psicoterapia es la mejor inversión. Un especialista te ayudará a reestructurar tus conceptos sobre el amor y la seguridad.


Lo que debes evitar

No caigas en la trampa de culparte excesivamente ni te fuerces a estar en una relación que te repugna solo "para probar". Sin embargo, tampoco sigas saltando de flor en flor esperando que "la persona correcta" borre tus miedos mágicamente. Si no cambias tu mentalidad, la historia se repetirá, dejando un rastro de corazones rotos (incluido el tuyo) por el camino.

El amor real no es una persecución eterna, es un lugar seguro donde quedarse. Aprender a tolerar y disfrutar de esa seguridad es el verdadero reto.


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